Larvas de libélula sometidas a un ambiente de estrés y miedo perpetuos desarrollaron más posibilidades de morir que otras libres de estas amenazas.
No se puede vivir permanentemente en un estado de miedo y zozobra sin consecuencias casi fatales para el cuerpo y el espíritu. Para quien lo dude, presentamos aquí los resultados de un experimento realizado en la Universidad Politécnica Estatal de California, el cual consistió en exponer cierto número de larvas de libélula a un ambiente rodeado de predadores y comparar su desarrollo con otras totalmente libres de esta constante amenaza.
Si bien el primer grupo se encontraba protegido dentro de una jaula, los predadores escogidos (sobre todo insectos acuáticos y peces) se mantenían siempre a la vista o perceptibles por medio del olfato.
Además, como parte del experimento (sí, un poco sádico), tres veces a la semana se les ofrecía a los predadores una especie de sacrificio ritual de dos libélulas ya desarrolladas, para que sus congéneres admiraran el espectáculo.
El resultado más significativo fue que las larvas sometidas a ese entorno de tensión y miedo perpetuos presentaron tasas de mortalidad entre 2.5 y 4.3 veces mayores que las larvas seguras, sobre todo en su etapa de transición metamórfica hacia la adultez.
Shannon McCauley, la bióloga que dirigió la investigación, se mostró bastante sorprendida ante esto, ya que según ella las libélulas son insectos sumamente duros y fuertes. Sin embargo, esta misma constitución podría ayudar a explicar por qué el miedo es un factor tan decisivo en los motivos de muerte (un tema hasta ahora inexplorado en casi cualquier animal). McCauley aventura que el miedo debilita severa y notablemente el sistema inmune, de donde podría desencadenarse el fatal proceso.
[CBC]
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