Por: Glenys Álvarez* Editora Neutrina
Los conflictos más horrorosos de la especie son producidos por la violencia. Primates agresivos rebosan la televisión, completan los periódicos, protagonizan las noticias, abarrotan las cárceles. Rencillas estúpidas arruinan el mundo de muchos porque no se pudo detener la agresión y la violencia culminó con la voz cantante. El apasionante terror gana miles de millones de batallas en el mundo.
La violencia es tantas veces producida por el medio, sin embargo, tiene componentes biológicos indiscutibles que han sido estudiados; por el momento sabemos que la biología de la violencia es compleja, que no podemos vincularla a un solo gen, que distintas ramas científicas la han estudiado encontrando faltas varias que pueden provocarla y que, por supuesto, la estructura cerebral muchas veces nos regala pistas sobre su funcionamiento en la conducta animal.
La serotonina, por ejemplo, ha sido una de las acusadas. La violencia, la agresión y la impulsividad son rasgos encontrados en diferentes desórdenes de la conducta humana. El otro día hablábamos sobre los niveles de GABA en el cerebro y cómo afectan la impulsividad en los sujetos, de hecho, muchas personas impulsivas también tienen altos grados de agresividad. De la misma forma, la serotonina es un neurotransmisor cuyas fluctuaciones en el cerebro son causadas, por lo general, porque la persona no ha comido o porque está estresada; pues bien, investigadores en la Universidad de Cambridge descubrieron que estos cambios afectan regiones que regulan la rabia.
“Bajos niveles de serotonina han sido implicados antes en el surgimiento de la rabia, pero esta es la primera vez que mostramos cómo este químico participa en la regulación de la conducta en el cerebro y nos puede decir también por qué hay individuos que son más propensos a la agresión. Bajos niveles de serotonina hace que la comunicación entre áreas importantes del cerebro sea más débil y puede que sea más difícil para la corteza prefrontal controlar las respuestas emocionales a la rabia que son generadas en la amígdala”, explica Molly Crockett, una de las autoras del estudio en el departamento de neurociencias de Cambridge.
Y todos conocemos ciertas personas que son incapaces de controlar su comportamiento cuando se enojan; existen en distintos espectros de esta negativa emoción y una de las grandes metas de todas las ciencias del comportamiento humano ha sido descubrir cómo erradicarla. Por supuesto, el enojo tiene su raíz validada. Surge como una forma de defensa ante las injusticias, especialmente cuando hay que lidiar con individuos de estructuras cerebrales egoístas en posiciones absorbentes y tiranas. La justicia es distinta cuando el crimen ha sido cometido en defensa propia. No obstante, tenemos que lidiar con esa agresión de los demás y no sólo de desconocidos, muchas veces, de la persona que dice más querernos. Dentro de la maraña neuronal en nuestros cráneos hay mucha actividad. Circuitos que se encienden con el amor romántico, otros que se apagan para desinhibir, se encienden para abrir portales, producir confianza materna, amor de pareja, de hijo, de padre, de abuelos. Pero también producen odio, envidia, egoísmo, prepotencia, de hecho, el mismo circuito que se enciende con el amor romántico comparte un camino que se desliza por el odio. Hay personas que se ríen de una amenaza, otros no resisten ni un chiste. La violencia es tan compleja en nuestro ambiente actual, que miles de estudios, millones de cuestionarios sociales, miles de millones de entrevistas y aún más homicidios y suicidios no han conseguido explicarla de forma tal que sea posible controlarla.
Varios estudios han descubierto genes para la agresión y la ansiedad pero estos descubrimientos no explican completamente los hechos violentos en la especie. La ciencia ha definido y reparado desordenes neuronales pero todavía es mucho lo que hay que conocer. Por otro lado, el medio ambiente nos pone en contacto con estímulos que notablemente nos arrastran hacia la violencia. A veces, la agresión incrementa y las circunstancias ambientales sólo contribuyen a empeorar la situación.
Ciertamente, en países donde las necesidades básicas están cubiertas y el futuro es menos incierto, el índice de crimen es mucho más bajo que en otros lugares donde la miseria impera; además, las cárceles están cada vez más vacías por esos lados. Para erradicar la violencia de una especie tan compleja como los humanos, el comportamiento de los gobiernos y las sociedades hacia el individuo y su futuro debe cambiar; de la misma forma, el individuo tiene que responder por lo que hace y dice. Por otro lado, es necesario también conocer la biología que conforma este fenómeno negativo para controlar aquello que puede generar problemas en los grupos. Pero, sobre todas las cosas, cada uno de nosotros es responsable de sus actos y estamos encargados de manejar el producto de nuestra combinación genética; haz lo posible para controlar esas características odiosas pues es probable que terminen haciéndote mucho daño.
Los resultados de estos estudios han sido publicados en el diario Science:
Editora NEUTRINA
*Periodista científica fundadora y directora de Editora Neutrina
editoraneutrina@gmail.com
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