Las cosas pasan a tener importancia si nosotros se las damos. Todo aquello que sea de nuestro sumo interés tiene como consecuencia suma importancia. Ahora bien, ¿realmente tienen las cosas la importancia que nosotros le atribuimos? ¿Qué es lo realmente importante? ¿Qué cosas en nuestra vida son imprescindibles para nuestra dicha y felicidad, cuando todo en el vivir es perecedero, transitorio e impermanente?
Nuestro pensar arma la felicidad, a partir de este supuesto construye la lista de deseos que luego los convierte en necesidades imprescindibles para llevar a cabo la planificada felicidad de acuerdo a lo que la mente cree que la felicidad es. La mente, el pensar, el intelecto, ¿saben lo que la felicidad es? Obviamente no. Por eso cada ser humano planifica su propia felicidad incluyendo en su lista de deseos todas sus carencias, porque considera que no es feliz a raíz de que le falta aquello. La mente siempre asocia que la ausencia de lo que le falta, o sea, todo aquello que no posee, con la felicidad. Por eso proyecta la felicidad de acuerdo a sus carencias: si es pobre considera que la cuestión es el dinero, si está enfermo considera que es la salud, si está solo considera que es la compañía, y así sucesivamente.
Le damos importancia a las cosas, de acuerdo a un patrón de pensamiento que nos va dando a cuentagotas motivos para vivir. La lista de deseos motiva al patrón de pensamiento y éste, al no vislumbrar la felicidad soñada, le agrega otra cantidad de necesidades menos importantes, pero tan imprescindibles como la lista de deseos primordial. Esto significa que debemos constantemente estar inventando cosas importantes de acuerdo con el transcurrir del tiempo, que se transforma en el asesino de la importancia de las cosas, demostrando que ninguna cosa es importante. Necesitamos encontrar cosas que nos motiven para vivir, que nos motiven a seguir adelante con esta vida chata, burda y sin sentido que tenemos, por eso inventamos todo tipo de entretenciones y le damos la importancia que no tienen; nos sirven cómo evasión de nosotros mismos.
Las cosas no son importantes con relación a lo verdadero, puesto que lo verdadero no tiene relación alguna con nuestros deseos. Nada es especialmente importante porque todo es importante. Lo importante es cada cosa, es cada acción que realizamos, de modo que todo es importante, y por lo tanto no existen cosas puntualmente importantes, porque mientras nosotros le damos importancia a ciertas cosas, lo demás se la niegan y se la atribuyen a otras. Nada es importante porque todo lo es. Lo realmente importante es comprender que debemos hacer las cosas porque hay que hacerlas, lo cual evita el autoengaño de que solo lo que me interesa es lo que debo hacer. El no saber hacer las cosas con ausencia de ambición y resultados futuros, hace que inventemos importancias y depositemos entusiasmo en cosas o acciones que son naturalmente normales; no contienen nada de especial o extraordinario.
Las cosas -lo que hacemos, lo que sentimos, lo que pensamos- no tienen más importancia que lo que son, acciones, sentimientos, pensamientos. Todo es especialmente importante porque nada lo es. Le damos especial connotación psicológica a determinadas cosas con el fin de transformarlas en trascendentes, puesto que ello nos permite posicionarnos en el mismo lugar a nosotros. Si nos ocupamos de cosas supuestamente especiales, trascendentes, importantes, es obvio que nosotros nos encontramos al nivel de aquello que realizamos. La imagen de nosotros mismos, o sea, nuestro egocentrismo, es quien eleva al nivel de importancia cualquier cosa que hagamos.
Muchos años atrás hemos creado, alimentado y estructurado nuestro ego, la imagen que tenemos de nosotros mismos, de modo que es normal que en la actualidad funcione mecánica y automáticamente, o sea, sin necesidad de ser previamente procesada por la mente. El funcionamiento mecánico crea cosas supuestamente importantes emanadas como reflejo de nuestro egocentrismo. El ego, por lo tanto, es quien inventa la importancia de las cosas. Nuestra relación con las cosas del vivir se complican por la ausencia de simpleza en nuestras vidas, siendo dicha carencia el impulso final que alienta al ego a darle importancia a lo que hacemos con el fin de tratar de llenar por fuera la ausencia de satisfacción interior.
Todo es importante sin ser nada exclusivamente importante. Nada es importante exclusivamente… cuando todo lo es.
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