Por qué hablan los loros, es evidente: porque pueden. Pero, ¿para qué hablan? Hablan para llamar a sus pares: se ha descubierto que los loros en estado salvaje, en lugar de imitar las voces de sus amos, crean sonidos y los asignan a cada individuo.
Comienzan los padres poniéndole un “nombre” (un sonido particular) a cada uno de sus polluelos, que aprenden a identificarse con ese sonido durante las primeras semanas de vida. También éstos aprenden los nombres de los padres para llamarlos y no pasar desapercibidos entre una multitud de sonidos.
Por supuesto, estos nombres no se parecen en nada a los nuestros (los pronuncian muy rápido y con variaciones muy sutiles), pero esencialmente son lo mismo y demuestran una gran inteligencia. A diferencia de un perro, que puede aprender a reconocer su nombre, un loro también reconoce los nombres de los demás.
Las interacciones sociales que permite la articulación de nombres propios son muy complejas. Por ejemplo, se observó que cuando el padre llega al nido dice su propio nombre, la madre lo repite y agrega el suyo, como una identificación o un saludo.
Y los loros no sólo tienen nombres, sino también, de alguna manera, apellidos, ya que cada familia tiene una tonada particular bajo la cual se agrupan sonoramente los nombres de sus integrantes, quienes pueden reconocer a un pariente mucho tiempo después de haber abandonado el nido sólo por esa firma sonora.
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