La larga lucha de supervivencia contra estos entes diminutos, en un reporte de la revista Quo; la cepa H1N1 influenza A ha abierto un nuevo capítulo bélico que desafía a la ciencia moderna.
Por: Veronica Guerrero y Leonardo Peralta
Son diminutos. No comen, no se mueven, no respiran, y a diferencia de las bacterias, ni siquiera poseen células.
De hecho, carecen de metabolismo, y toda su peligrosidad se basa en su poder reproductivo y en su habilidad para insertar material genético en el interior del núcleo de otras células. Son los peores enemigos que ha enfrentado la humanidad. Tan pequeños y ancestrales como letales.
Cada uno de ellos representa una batalla nueva para la ciencia médica, sin faltar el recién llegado al catálogo de enemigos públicos número uno, la cepa H1N1 causante de la pandemia actual.
Desde hace cuatro años las autoridades sanitarias de todo el planeta fueron alertadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el peligro de un ataque viral. Un documento preparado en 2005 por el Programa Mundial de la Gripe de la OMS refiere que, a partir de 2003, el mundo corría "el mayor riesgo de pandemia desde la gripe de Hong Kong, en 1968, que cobró la vida de cerca de un millón de personas. Según se explica, estaban presentes "todas las condiciones necesarias" para su comienzo, con una feliz excepción: el virus H5N1 -conocido como gripe aviar-, cuyo brote, pese al temor existente, no logró hasta hoy transmitirse de manera eficiente de un humano a otro e inundar el mundo.
Por desgracia no ocurrió lo mismo con la llamada influenza porcina, una enfermedad respiratoria de los cerdos, causada por el virus de la influenza tipo A. Este padecimiento, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CPCE), afecta gravemente a los cerdos aunque con tasas de mortalidad bajas. El virus de la influenza porcina clásico (virus de la influenza H1N1 tipo A) se aisló por primera vez de un cerdo en 1930.
Sin embargo, al igual que todos los virus de la influenza, éste se transforma constantemente. Los cerdos son susceptibles de estar infectados por la influenza aviar y humana, así como por la porcina. El poderoso virus que se generó en fechas recientes se debe a la reagrupación (o sea, a la reconfiguración genética) de los virus de la gripe porcina con los de la gripe humana o aviar. A lo largo de los años se han conocido diversas variaciones de los agentes causales de la influenza porcina. Hoy, existen cuatro subtipos principales del virus de la influenza tipo A aislados de cerdos: H1N1, H1N2, H3N2 y H3N1.
Sin embargo, la mayoría de los virus de la influenza aislados recientemente de cerdos han sido los virus H1N1. Según el CPCE, en 1988 un brote infeccioso de influenza porcina en cerdos ocasionó, en Wisconsin, Estados Unidos, infecciones en seres humanos, y aunque no surgió un brote en la comunidad, se logró identificar anticuerpos que comprobaron la transmisión del virus de un paciente a personal de atención médica. En algún momento la reconfiguración genética de ese organismo patógeno alcanzó a concretar la maquiavélica habilidad de transmitirse de humano a humano. El 27 de abril de este año la OMS aumentó la alerta de pandemia de 3 a 4 en una escala que va del 1 al 6 respecto del brote mortífero que se dio en la Ciudad de México, y al día siguiente pasó a fase 5. Así, el organismo internacional activó los programas para el manejo de los casos que rápidamente se han comenzado a multiplicar en Europa, Estados Unidos y hasta en Israel. LA OMS reconoció que poco se podía hacer para evitar la propagación del virus, y que correspondía concentrarnos en mitigar sus efectos. En términos bélicos, se declaraba la guerra contra los virus.
Gripe AH1N1
¿La Influenza puede ser un virus extraterrestre?
En los últimos años, cuando los científicos esperan la aparición de un nuevo y mortal virus mutante de la influenza, se ha discutido el origen de los virus y de las pandemias qué ocasionan, creyendo algunos científicos como el extinto Fred Hoyle, que su origen puede encontrarse en el espacio y no en La Tierra.
En la década de los 50, el polémico astrónomo inglés propuso que partículas orgánicas o virus podrían vivir en el medio interplanetario y ser lanzadas ocasionalmente hacia la Tierra por la actividad del Sol, provocando epidemias en la Tierra.
A finales del siglo XX, antes de morir Hoyle y su colega Chandra Wickramasinghe, refinaron su teoría al explicar cómo es que los virus podrían sobrevivir en asteroides o polvo interplanetario, que constantemente cae en la Tierra.
Ambos descubrieron que en la aparición de pandemias como la de 1918, éstas no seguían pautas reconocibles, a no ser que provinieran del cielo, de la inhalación de las aves durante sus migraciones de este polvo cósmico lleno de virus, que parecía haber penetrado a la atmósfera por oleadas, similares a las tres que se produjeron durante la terrible epidemia de la llamada “gripe española”.
El reciente hallazgo de formas de vida muy resistentes en la capa superior de la atmósfera terrestre, llamadas extremofilos, parece servir de apoyo a esta teoría que falta de ser confirmada, pero que ayudaría a entender el porqué esta enfermedad surge en sitios geográficamente distantes y daría a los científicos nuevas armas para controlar su propagación.
Influenza, después de todo, no parece ser un nombre inapropiado, para un mal que podría provenir desde el espacio.
Derrotas pasadas
Son diminutos. No comen, no se mueven, no respiran, y a diferencia de las bacterias, ni siquiera poseen células.
De hecho, carecen de metabolismo, y toda su peligrosidad se basa en su poder reproductivo y en su habilidad para insertar material genético en el interior del núcleo de otras células. Son los peores enemigos que ha enfrentado la humanidad. Tan pequeños y ancestrales como letales.
Cada uno de ellos representa una batalla nueva para la ciencia médica, sin faltar el recién llegado al catálogo de enemigos públicos número uno, la cepa H1N1 causante de la pandemia actual.
Desde hace cuatro años las autoridades sanitarias de todo el planeta fueron alertadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el peligro de un ataque viral. Un documento preparado en 2005 por el Programa Mundial de la Gripe de la OMS refiere que, a partir de 2003, el mundo corría "el mayor riesgo de pandemia desde la gripe de Hong Kong, en 1968, que cobró la vida de cerca de un millón de personas. Según se explica, estaban presentes "todas las condiciones necesarias" para su comienzo, con una feliz excepción: el virus H5N1 -conocido como gripe aviar-, cuyo brote, pese al temor existente, no logró hasta hoy transmitirse de manera eficiente de un humano a otro e inundar el mundo.
Por desgracia no ocurrió lo mismo con la llamada influenza porcina, una enfermedad respiratoria de los cerdos, causada por el virus de la influenza tipo A. Este padecimiento, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CPCE), afecta gravemente a los cerdos aunque con tasas de mortalidad bajas. El virus de la influenza porcina clásico (virus de la influenza H1N1 tipo A) se aisló por primera vez de un cerdo en 1930.
Sin embargo, al igual que todos los virus de la influenza, éste se transforma constantemente. Los cerdos son susceptibles de estar infectados por la influenza aviar y humana, así como por la porcina. El poderoso virus que se generó en fechas recientes se debe a la reagrupación (o sea, a la reconfiguración genética) de los virus de la gripe porcina con los de la gripe humana o aviar. A lo largo de los años se han conocido diversas variaciones de los agentes causales de la influenza porcina. Hoy, existen cuatro subtipos principales del virus de la influenza tipo A aislados de cerdos: H1N1, H1N2, H3N2 y H3N1.
Sin embargo, la mayoría de los virus de la influenza aislados recientemente de cerdos han sido los virus H1N1. Según el CPCE, en 1988 un brote infeccioso de influenza porcina en cerdos ocasionó, en Wisconsin, Estados Unidos, infecciones en seres humanos, y aunque no surgió un brote en la comunidad, se logró identificar anticuerpos que comprobaron la transmisión del virus de un paciente a personal de atención médica. En algún momento la reconfiguración genética de ese organismo patógeno alcanzó a concretar la maquiavélica habilidad de transmitirse de humano a humano. El 27 de abril de este año la OMS aumentó la alerta de pandemia de 3 a 4 en una escala que va del 1 al 6 respecto del brote mortífero que se dio en la Ciudad de México, y al día siguiente pasó a fase 5. Así, el organismo internacional activó los programas para el manejo de los casos que rápidamente se han comenzado a multiplicar en Europa, Estados Unidos y hasta en Israel. LA OMS reconoció que poco se podía hacer para evitar la propagación del virus, y que correspondía concentrarnos en mitigar sus efectos. En términos bélicos, se declaraba la guerra contra los virus.
Gripe AH1N1
¿La Influenza puede ser un virus extraterrestre?
En los últimos años, cuando los científicos esperan la aparición de un nuevo y mortal virus mutante de la influenza, se ha discutido el origen de los virus y de las pandemias qué ocasionan, creyendo algunos científicos como el extinto Fred Hoyle, que su origen puede encontrarse en el espacio y no en La Tierra.
En la década de los 50, el polémico astrónomo inglés propuso que partículas orgánicas o virus podrían vivir en el medio interplanetario y ser lanzadas ocasionalmente hacia la Tierra por la actividad del Sol, provocando epidemias en la Tierra.
A finales del siglo XX, antes de morir Hoyle y su colega Chandra Wickramasinghe, refinaron su teoría al explicar cómo es que los virus podrían sobrevivir en asteroides o polvo interplanetario, que constantemente cae en la Tierra.
Ambos descubrieron que en la aparición de pandemias como la de 1918, éstas no seguían pautas reconocibles, a no ser que provinieran del cielo, de la inhalación de las aves durante sus migraciones de este polvo cósmico lleno de virus, que parecía haber penetrado a la atmósfera por oleadas, similares a las tres que se produjeron durante la terrible epidemia de la llamada “gripe española”.
El reciente hallazgo de formas de vida muy resistentes en la capa superior de la atmósfera terrestre, llamadas extremofilos, parece servir de apoyo a esta teoría que falta de ser confirmada, pero que ayudaría a entender el porqué esta enfermedad surge en sitios geográficamente distantes y daría a los científicos nuevas armas para controlar su propagación.
Influenza, después de todo, no parece ser un nombre inapropiado, para un mal que podría provenir desde el espacio.
Son diminutos. No comen, no se mueven, no respiran, y a diferencia de las bacterias, ni siquiera poseen células.
De hecho, carecen de metabolismo, y toda su peligrosidad se basa en su poder reproductivo y en su habilidad para insertar material genético en el interior del núcleo de otras células. Son los peores enemigos que ha enfrentado la humanidad. Tan pequeños y ancestrales como letales.
Cada uno de ellos representa una batalla nueva para la ciencia médica, sin faltar el recién llegado al catálogo de enemigos públicos número uno, la cepa H1N1 causante de la pandemia actual.
Desde hace cuatro años las autoridades sanitarias de todo el planeta fueron alertadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el peligro de un ataque viral. Un documento preparado en 2005 por el Programa Mundial de la Gripe de la OMS refiere que, a partir de 2003, el mundo corría "el mayor riesgo de pandemia desde la gripe de Hong Kong, en 1968, que cobró la vida de cerca de un millón de personas. Según se explica, estaban presentes "todas las condiciones necesarias" para su comienzo, con una feliz excepción: el virus H5N1 -conocido como gripe aviar-, cuyo brote, pese al temor existente, no logró hasta hoy transmitirse de manera eficiente de un humano a otro e inundar el mundo.
Por desgracia no ocurrió lo mismo con la llamada influenza porcina, una enfermedad respiratoria de los cerdos, causada por el virus de la influenza tipo A. Este padecimiento, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CPCE), afecta gravemente a los cerdos aunque con tasas de mortalidad bajas. El virus de la influenza porcina clásico (virus de la influenza H1N1 tipo A) se aisló por primera vez de un cerdo en 1930.
Sin embargo, al igual que todos los virus de la influenza, éste se transforma constantemente. Los cerdos son susceptibles de estar infectados por la influenza aviar y humana, así como por la porcina. El poderoso virus que se generó en fechas recientes se debe a la reagrupación (o sea, a la reconfiguración genética) de los virus de la gripe porcina con los de la gripe humana o aviar. A lo largo de los años se han conocido diversas variaciones de los agentes causales de la influenza porcina. Hoy, existen cuatro subtipos principales del virus de la influenza tipo A aislados de cerdos: H1N1, H1N2, H3N2 y H3N1.
Sin embargo, la mayoría de los virus de la influenza aislados recientemente de cerdos han sido los virus H1N1. Según el CPCE, en 1988 un brote infeccioso de influenza porcina en cerdos ocasionó, en Wisconsin, Estados Unidos, infecciones en seres humanos, y aunque no surgió un brote en la comunidad, se logró identificar anticuerpos que comprobaron la transmisión del virus de un paciente a personal de atención médica. En algún momento la reconfiguración genética de ese organismo patógeno alcanzó a concretar la maquiavélica habilidad de transmitirse de humano a humano. El 27 de abril de este año la OMS aumentó la alerta de pandemia de 3 a 4 en una escala que va del 1 al 6 respecto del brote mortífero que se dio en la Ciudad de México, y al día siguiente pasó a fase 5. Así, el organismo internacional activó los programas para el manejo de los casos que rápidamente se han comenzado a multiplicar en Europa, Estados Unidos y hasta en Israel. LA OMS reconoció que poco se podía hacer para evitar la propagación del virus, y que correspondía concentrarnos en mitigar sus efectos. En términos bélicos, se declaraba la guerra contra los virus.
Gripe AH1N1
¿La Influenza puede ser un virus extraterrestre?
|
En los últimos años, cuando los científicos esperan la aparición de un nuevo y mortal virus mutante de la influenza, se ha discutido el origen de los virus y de las pandemias qué ocasionan, creyendo algunos científicos como el extinto Fred Hoyle, que su origen puede encontrarse en el espacio y no en La Tierra.
En la década de los 50, el polémico astrónomo inglés propuso que partículas orgánicas o virus podrían vivir en el medio interplanetario y ser lanzadas ocasionalmente hacia la Tierra por la actividad del Sol, provocando epidemias en la Tierra.
A finales del siglo XX, antes de morir Hoyle y su colega Chandra Wickramasinghe, refinaron su teoría al explicar cómo es que los virus podrían sobrevivir en asteroides o polvo interplanetario, que constantemente cae en la Tierra.
Ambos descubrieron que en la aparición de pandemias como la de 1918, éstas no seguían pautas reconocibles, a no ser que provinieran del cielo, de la inhalación de las aves durante sus migraciones de este polvo cósmico lleno de virus, que parecía haber penetrado a la atmósfera por oleadas, similares a las tres que se produjeron durante la terrible epidemia de la llamada “gripe española”.
El reciente hallazgo de formas de vida muy resistentes en la capa superior de la atmósfera terrestre, llamadas extremofilos, parece servir de apoyo a esta teoría que falta de ser confirmada, pero que ayudaría a entender el porqué esta enfermedad surge en sitios geográficamente distantes y daría a los científicos nuevas armas para controlar su propagación.
Influenza, después de todo, no parece ser un nombre inapropiado, para un mal que podría provenir desde el espacio.
Cuando hablamos de enfrentar a los virus, y en especial a aquellos que son agentes de la gripe, la referencia obligada es la mal llamada influenza española, bautizada así por los soldados aliados de la Primera Guerra Mundial, porque la enfermedad se hizo más notoria para la prensa cuando pasó de Francia a España, en noviembre de 1918. Meses antes, en cuarteles militares de Estados Unidos, comenzaron a presentarse casos de una gripe muy fuerte que, en poco tiempo, alcanzó lugares tan distantes como el Ártico canadiense y las pequeñas islas del Pacífico ecuatorial, infectando en el 20 y 40% de la población mundial (500 millones), con un saldo de unas 50 millones de muertes.
Además de la virulencia con que atacó a sus víctimas, principalmente adultos jóvenes, la influenza española dejó un legado maldito. Desde entonces no sólo las pandemias de influenza sino la mayoría de los casos registrados de influenza tipo A (con excepción de los contagios a humanos de gripe aviar) provinieron de aquel asesino de 1918. Hasta que llegó la cepa H2N2, responsable de la pandemia de la gripe asiática, en 1957, cuando mató entre uno y cuatro millones de personas en el mundo. Once años después, en 1968, otro subtipo de la influenza A, el virus H3N2, provocó la pandemia de gripe de Hong Kong, con un saldo fatal de un millón.
No hay que olvidar que otros frentes están abiertos en la guerra contra los virus. Ahora nos atemorizamos con los fallecimientos que se presentan en México, pero hay que recordar los desolados campos de batalla que han dejado los mortíferos ejércitos del ébola y el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). El primero es conocido como un tipo de virus filamentoso descubierto en África que provoca una infección febril muy severa, de características hemorrágicas, y que acaba con la vida del portador en casi 90% de los casos. En tanto que el retrovirus VIH, causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida), se ha convertido en el azote actual de la humanidad y causa de una pandemia que, a pesar de los avances médicos, ha segado hasta ahora más de 25 millones de vidas.
El origen del conflicto
Como todas las guerras, la que se libra contra los virus parece tener un origen incierto. Algunos investigadores, como Mark Woolhouse y Sonya Gowtage-Sequeria, del Centro de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Edimburgo, piensan que se trata de un fenómeno multifactorial en el que lo mismo influye nuestro paso de la vida rural a la urbana, el surgimiento de virus y bacterias resistentes a medicamentos, y la contaminación, que ha afectado las reservas de agua y alimentos.
Además, el acortamiento de las distancias y la posibilidad de cruzar el planeta más rápido ha reducido la velocidad y aumentado la capacidad de expansión de estos organismos.
Por su parte, la OMS considera que para que surja una pandemia se tienen que reunir tres condiciones: una enfermedad nueva para una población; la presencia de agentes que infectan al humano, provocándole un padecimiento severo, y la expansión fácil y sostenida de un agente patógeno entre humanos. En el caso del actual enemigo en turno, tales requisitos parecen cumplirse a pie juntillas.
Por otra parte, una de las causas principales de la incidencia de pandemias mortales se le suele atribuir a un mecanismo de control natural de la sobrepoblación, según autores de ciencia ficción y otros, como el fallecido Paul Erhlich, quien fuera responsable de la salud pública en Estados Unidos de 1973 a 1977 (no confundir con el Premio Nobel del mismo nombre). Erhlich, en su conocido libro La bomba de la población, de 1968, dedicó un capítulo a la importancia de la sobrepoblación en la salud pública, donde aseguraba que "se ha percibido que la elevada densidad de las poblaciones humanas los convierte en sujetos con altas tasas de enfermedad". Palabras que no pueden echarse en saco roto hoy, si consideramos que la Ciudad de México es la zona más densamente poblada del mundo, con más de 17 millones de habitantes.
Sin embargo, aunque los epidemiólogos admitan que existen más probabilidades de contagio en una región hacinada, y pese a que otras especies registran aumentos y reducciones cíclicas de población, se considera que la situación humana es diferente.
Mientras que en los casos de otros animales el factor determinante es la cantidad de alimento disponible, en el de los humanos todavía hacen faltan estudios en ese sentido. Además, se considera que, por la complejidad de nuestra forma de vida, no dependemos en la misma medida que otras especies de las "regulaciones naturales".
¿Y las súper bacterias?
Para vencer al enemigo hay que saberlo distinguir. En el caso de los virus y las bacterias nos enfrentamos a dos tipos de organismos con distintas capacidades destructivas contra la vida humana. No obstante, se trata de entes completamente distintos. Los microorganismos unicelulares conocidos como bacterias no siempre son malos, e incluso resultan indispensables para el equilibrio biológico.
Surgieron en el planeta hace más de 3 mil 500 millones de años y, desde entonces, consiguieron sobrevivir y prosperar en todo tipo de hábitat con poblaciones billonarias, lo mismo en aguas termales con alta concentración de acidez, en volcanes a temperatura extrema, en el fondo del mar o en nuestro interior.
Algunas resultan benéficas e indispensables para la vida, como las que viven en nuestro aparato digestivo y conforman la flora intestinal. Sin embargo, muchas otras representan mucho más que un dolor de cabeza. Ejemplos desafortunadamente célebres son el cólera y la peste bubónica ocasionada por la bacteria Yersinia pestis, o aquellas que pueden enfermarnos de sífilis, ántrax, tifoidea o tuberculosis.
Esta última, en particular, es el mejor ejemplo de cómo dichos organismos se vuelven resistentes a los medicamentos, convirtiéndose en las temibles "súper bacterias" que surgen por el uso inadecuado, o abuso, de fármacos como la penicilina, capaz de aniquilarlas desde que su prescripción se hizo extensiva en la segunda mitad del siglo XX.
Claro está que aunque los antibióticos han sido muy útiles para contrarrestar enfermedades por bacterias, algunos hongos y ciertos parásitos, resultan inútiles para curar infecciones provocadas por virus, como la modalidad de gripe que tiene sitiado al mundo en estos momentos.
Radiografía del enemigo
Y es que los virus... son otro tema. Ya el mero hecho de definirlos resulta una tarea compleja, pues no entran propiamente en los parámetros que hay para definir a un ser vivo, y algo inerte no puede ser aniquilado. Entonces, ¿qué son estos pequeños zombies? Se trata básicamente de cápsulas de material genético encerrado en una caja de proteínas.
La caja, llamada cápside, además de contener el material genético, cumple la función de proteger al virus y, en ocasiones, se adhiere a las paredes de una célula para disolver su membrana y penetrarla con facilidad.
Con una estructura tan básica, el virus realiza una labor notable y perversa: una vez que ha penetrado la membrana celular, se abre paso hasta el núcleo, donde radica el material genético de la célula, e inserta sus genes dentro de los filamentos de material genético que le indican a la célula cómo debe reproducirse y funcionar. Es decir, a partir de ese momento el material genético de la célula dará una orden diferente: producir copias del virus.
La célula, dominada por el virus, altera su estructura y su núcleo construye copias de material genético viral; el interior de la célula, o citoplasma, fabrica cápsides y el resto de la célula se encarga de ensamblar los nuevos virus. Llegado el momento, los virus son liberados al organismo, listos para infectar nuevas víctimas.
Este proceso, llamado replicación, produce un daño paulatino en el organismo que puede ser fatal: en la poliomielitis, que origina el poliovirus, las células del tejido nervioso son inutilizadas hasta causar parálisis; en la fiebre amarilla, el flavivirus daña las células del hígado y los riñones, alterando los balances metabólicos de la persona.
En el caso del sida, los linfocitos T del sistema inmunológico son destruidos hasta dejar a quien padece la enfermedad a merced de infecciones de bacterias, hongos y otros virus. En el caso de los virus gripales, suelen ser menos agresivos y sólo mortales cuanto atacan organismos debilitados, o aquejados por otras enfermedades. Por último, la influenza porcina actúa lesionando las células de la superficie de los bronquios, el interior de los nodos linfáticos, el colon y el estómago, lo que lleva a septicemia o a infección generalizada del organismo.
Un ejército nos protege
La razón por la que el total de los seres humanos no sucumbimos ante las infecciones radica en el complejo mecanismo inmunológico que hemos desarrollado.
En general, nuestro sistema tiene varios niveles de defensa, cada uno más específico y sofisticado que el anterior. Sus células especializadas reaccionan ante invasores desconocidos, los atacan y neutralizan. Para ello, patrullan el cuerpo en búsqueda de patógenos y se comunican entre sí mediante señales químicas, o haciendo contacto con otra célula. En el momento en que detectan una bacteria, virus u otro sospechoso de producir una infección, se pone en marcha la reacción inmunológica.
Por ejemplo, en el caso de los virus, de acuerdo con Javier Buesa, especialista en microbiología, "el organismo dispone de dos tipos de respuesta inmunitaria". La primera consiste en la producción de sustancias como interferones y citoquinas, que se esparcen en la zona afectada para convocar a células como los macrófagos, que ingieren y destruyen a las células afectadas, y proteínas como los anticuerpos, que se adhieren a los virus, fungiendo de señalización para que sean destruidos por el resto del sistema inmunológico. Igualmente, si una persona ha logrado salir airosa de la enfermedad, tendrá en su organismo, "linfocitos T citóxicos, que han aprendido a reconocer al virus, destruyen las células infectadas e impiden que el virus invada otras células sanas", según afirma Buesa.
Desarrollo armamentista
Además de las armas con las que hemos sido dotados por la naturaleza, contamos con unas nuevas líneas de defensa contra estos diminutos asesinos: los medicamentos antivirales. El primero de ellos fue la idoxuridina, que el Dr. Bill Prusoff sintetizó por primera vez, en 1959, en la Universidad de Yale.
Esta molécula funciona por medio de un fenómeno bioquímico llamado antimetabolitos, sustancias parecidas a las empleadas poros virus durante el proceso de replicación, pero que al ser diferentes, detienen el proceso de replicación viral dentro de las células.
Actualmente, nuestro arsenal contra los virus se conforma por más de dos docenas de sustancias antivirales. Algunas de las más conocidas son la zidovudina, empleada para hacer más lento el proceso infeccioso del sida, la relenza y el oseltamivir, capaces de detener el proceso de replicación del virus de la influenza humana y que se ha utilizado con eficacia en el actual campo de batalla.
Pero, sin duda, nuestra mejor arma se la debemos a Edward Jenner y Louis Pasteur, quienes desarrollaron una concepción preventiva y las primeras vacunas, las cuáles aprovechan la capacidad del sistema inmunológico para "recordar" el rastro de una bacteria o virus, y producir anticuerpos contra ellos. Éste es el método más común de protección contra muchos virus y bacterias nocivos, y ha sido empleado exitosamente para proteger de bacterias mortales como la que induce el tétanos, o para mantener bajos los niveles de contagio de otros padecimientos como sarampión, polio o rabia.
En la actualidad, las inmunizaciones se hacen con base en un patógeno -ya sea virus o bacteria-, muerto en el último caso, o incapacitado para desencadenar la enfermedad.
También se emplean toxoides, que son toxinas producidas por los microorganismos; o bien una porción purificada del agente. Existen igualmente técnicas más complejas que aprovechan los avances en biotecnología para crear vacunas con base en ADN recombinante. En el futuro se prevé, por ejemplo, poder aplicar un procedimiento que elimine los genes virulentos de cualquier patógeno, y utilizar este microorganismo genéticamente modificado como una vacuna "viva", pero atenuada y, por tanto, totalmente segura.
De manera paralela, se desarrollan técnicas para aislar, clonar y expresar los genes de un agente patógeno en un huésped alternativo. Estos genes podrán ser introducidos en el genoma de una bacteria o levadura mediante ingeniería genética y, más tarde, dicho huésped empezará a producir las subunidades que, al ser purificadas, se emplearán como vacunas. Una apuesta más audaz consiste en la utilización de microorganismos inofensivos como "transporte" de genes modificados de patógenos que protejan de ciertas enfermedades.
¿War is over?
Pero, pese a contar con todo este armamento, los seres humanos aún estamos desprotegidos ante las pandemias, en particular de las causadas por virus como el de la inmudeficiencia humana o la fiebre porcina. ¿Por qué?
En primer término, los virus, aunque no son seres vivos, tienen una gran capacidad para evolucionar. De acuerdo con el genetista especialista en biodiversidad y biología evolutiva, Fernando González, "los virus evolucionan por medio de mutaciones que pueden tener efectos positivos, negativos o neutrales sobre su capacidad de supervivencia, infección, tolerancia a los antivirales, etc.
En ocasiones, una mutación desaparece rápidamente, mientras que en otras, esa misma mutación es ventajosa y se extiende por la población". Así, los virus cambian constantemente, desarrollando variantes inmunes a los medicamentos, o que pueden burlar las protecciones inmunológicas creadas por las vacunas. Su proceso evolutivo, afirma González, "es un millón de veces más rápido que el proceso evolutivo de nuestra especie".
Por supuesto, uno de los mayores anhelos de la humanidad, desde que ésta existe, es el de erradicar, curar o, cuando menos, reducir al mínimo la amenaza de las enfermedades infecciosas transmitidas por virus y bacterias. Hasta ahora, el único éxito rotundo en este sentido -y no es menor- ha sido la erradicación de la viruela (Variola maior), en 1979, cuya eliminación fue declarada oficialmente por la OMS en 1980. Una gran batalla ganada a pulso.
Hoy, el frente más exitoso de la ciencia médica en esta eterna guerra se libra contra la poliomielitis, que todavía en el año 2008 presentó mil 624 casos en el mundo.
Hasta la fecha, la estrategia en cualquier frente es similar a la que se ha establecido con otros patógenos agresivos: interrumpir la transmisión del virus mediante inmunizaciones rutinarias, campañas extensivas y vigilancia de posibles brotes. Pero se requiere de la participación de toda la ciudadanía para desarrollar una mejor cultura higiénica y de prevención.
La ciencia médica avanza y, como punta de lanza, la medicina genómica podría descubrir nuevos tratamientos en el futuro inmediato. Sin embargo, queda claro que el postulado cartesiano de dominar a la naturaleza sigue siendo un sueño guajiro. Y si no, basta recordar el pasado 27 de abril, cuando las ambulancias corrían a toda velocidad por la arterias principales de la Ciudad de México, epicentro de la pandemia, cunado de pronto un sismo de 5.8 grados sacudió a la gran urbe. ¿Apocalipsis?
No. Es el mundo en su estado natural.
La economía también estornuda
Por Sonia Tamamesa y Eduardo Clementeb
En el caso de epidemias, ¿qué papel desempeña la Organización Mundial de la Salud?
La Organización Mundial de la Salud es un organismo internacional de Naciones Unidas que, entre otras, tiene funciones de liderazgo y apoyo técnico en Salud Pública a los Estados que la componen. La sección Epidemic and Pandemic Alert and Response (EPR) de la OMS trabaja junto con los Estados miembros en base a un Reglamento Sanitario Internacional por el que una epidemia puede ser declarada ESPII (emergencia de salud pública de importancia internacional), teniendo en cuenta la gravedad de su repercusión, lo imprevisto del evento, si existe riesgo de propagación internacional y si existe un riesgo de restricciones a los viajes o al comercio internacionales.
En caso de ESPII, la OMS emitirá unas recomendaciones en relación al tráfico internacional de viajeros y mercancías. También tendrá un papel de coordinación entre países, instituciones y redes ya existentes a través de la Red Mundial de Alerta y Respuesta ante Brotes Epidémicos (GOARN), que se encarga de aunar los recursos humanos y técnicos para identificar, confirmar y responder rápidamente a brotes epidémicos de importancia internacional.
¿Existen protocolos internacionales que determinen lo que una nación debe hacer en caso de epidemia?
En el caso concreto de la amenaza por gripe pandémica existe un "Plan mundial de la OMS de preparación para una pandemia de influenza" En ese documento se dan unas recomendaciones generales; después cada país elabora su "Plan nacional de preparación para una pandemia de influenza", como hizo México en su momento. Y así se continúa haciendo planes cada vez más locales y más específicos.
En caso de una epidemia que incapacite a 1% de una población de 10 millones de habitantes. ¿Cuáles son las actividades que se ven afectadas en primer término?
En condiciones normales, estas enfermedades afectan a los sectores sociales más desfavorecidos, además de las personas inmunocomprometidas (enfermos crónicos, con alta morbilidad, ancianos y niños). Este tipo de personas que se pueden ver afectadas mayoritariamente no suelen representar a la población activa. En cuanto a las actividades afectadas en primer término, destacan aquéllas relacionadas con el sector Servicios.
En una situación de gran transmisibilidad de la enfermedad, podría ser necesario el cierre de lugares o negocios que impliquen una acumulación de personas en un mismo lugar (transporte público, las escuelas, etc.). La venta y distribución de alimentos podría verse del mismo modo afectada en caso de una alarma social elevada en relación con la transmisión a través de los alimentos o una posible escasez general.
¿Cómo se afecta la actividad económica del centro urbano?
Un ejemplo: se estima que en la epidemia de SARS que afectó a Canadá en 2003 su PIB descendió un 0,15% durante ese año respecto de lo previsto. En Toronto, el PIB fue un 0,5% menor de lo esperado.
¿Cuáles son los niveles de la OMS?
Para identificar las diversas emergencias epidemiológicas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció una escala que describe los requisitos que deben cumplir las enfermedades para considerar su grado de avance.
Fase 6: Se presentan contagios entre humanos en varias comunidades dentro de una nación. Esta fase es indicadora de una pandemia.
Fase 5: Se registran contagios entre humanos en cuando menos dos países diferentes. En esta fase se presenta el riesgo de una pandemia en curso.
Fase 4: Se registran contagios entre humanos en una comunidad por una variante de la influenza que usualmente proviene de animales.
En esta fase se presenta el riesgo potencial de una pandemia.
Fase 3: El virus de la influenza ha causado esporádicos brotes de la enfermedad por el contacto con animales, pero ésta no se ha transmitido entre humanos.
Fase 2: Se tienen registros de que alguna variante de la influenza porcina -en el caso que nos ocupa- ha infectado a los seres humanos.
Fase 1: Los virus que circulan entre los animales no han contagiado a seres humanos.
El imperio de los virus 1 de 2 : Asesinos silenciosos
TV Alemana.
Excelente documental que nos adentra en el microscópico mundo de estos seres, tan temidos y odiados a partes iguales. Es un documento de gran actualidad que repasa las últimas amenazas para los seres vivos en general, y para los humanos en particular.
0 comentarios:
Publicar un comentario