El Rincón de la Ciencia, Tecnología y el Conocimiento

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Publicado por El Rincón de la Ciencia, Tecnología y el Conocimiento en Jueves, 21 de julio de 2016

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FRASES DE CIENCIA

martes, 22 de noviembre de 2011

En los ratones una dieta baja en carbohidratos y altas en proteínas reduce el riesgo de cáncer

Comer una dieta baja en carbohidratos y alta en proteínas puede reducir el riesgo de cáncer y disminuir el crecimiento de los tumores ya existentes. Esto según un estudio publicado en la revista Cancer Research , de la Asociación Americana para la Investigación del Cancer.


Ratones
Aunque el estudio fue realizado en ratones, los científicos involucrados afirman que los hallazgos biológicos son lo suficientemente definitivos para que un efecto en los seres humanos pueda ser considerado. Algo que igualmente queda por demostrar.

Esto demuestra que algo tan simple como un cambio en la dieta puede tener un impacto en el riesgo de cáncer” dijeron los autores.

Muchos pacientes de cáncer están interesados ​​en hacer cambios en los aspectos que pueden controlar, y este estudio definitivamente da crédito a la idea de que un cambio en la dieta puede ser beneficioso.

En el estudio los científicos implantaron diversas cepas de ratones con células de tumores humanos o con células tumorales de ratón y se les asignó un tipo de dieta particular. La primera dieta, una dieta occidental típica, contenía alrededor de 55 por ciento de carbohidratos, 23 por ciento de proteína y 22 por ciento de grasa. La segunda, que es algo así como la dieta de South Beach, pero más rica en proteínas, contiene 15 por ciento de carbohidratos, 58 por ciento de proteína y 26 por ciento de grasa. Finalmente encontraron que las células del tumor crecieron más lento con la segunda dieta.

Además, los ratones genéticamente predispuestos al cáncer de mama fueron expuestos a estas dos dietas y casi la mitad de ellos en la dieta occidental desarrollaron cáncer de mama en su primer año de vida mientras que ninguno lo desarrolló en la dieta baja en carbohidratos y alta en proteína. Curiosamente, sólo uno en la dieta occidental alcanzó un período de vida normal (aproximadamente 2 años), y con el 70 por ciento de los ratones muertos de cáncer mientras que sólo el 30 por ciento de los ratones con la dieta baja en hidratos de carbono desarrollaron cáncer y más de la mitad de estos ratones alcanzaron o superaron su ciclo de vida normal.

Los colegas también probaron el efecto de un inhibidor de mTOR, que inhibe el crecimiento celular, y un inhibidor COX-2, que reduce la inflamación, en el desarrollo del tumor, y encontraron que estos agentes tenían un efecto aditivo en los ratones alimentados con la dieta baja en carbohidratos, alta en proteínas.

Una posible explicación a este hallazgo es que la restricción de la ingesta de hidratos de carbono pueden limitar significativamente la glucosa en sangre y la insulina, una hormona que se ha demostrado en muchos estudios independientes puede promover el crecimiento tumoral en humanos y ratones.

Por otra parte, una dieta baja en carbohidratos y alta en proteínas tiene el potencial de impulsar tanto la capacidad del sistema inmunitario para destruir las células cancerosas y prevenir la obesidad, lo que conduce a la inflamación crónica y el cáncer.

Referencia

V. W. Ho, K. Leung, A. Hsu, B. Luk, J. Lai, S. Y. Shen, A. I. Minchinton, D. Waterhouse, M. B. Bally, W. Lin, B. H. Nelson, L. M. Sly, G. Krystal. A Low Carbohydrate, High Protein Diet Slows Tumor Growth and Prevents Cancer Initiation. Cancer Research, 2011; DOI: 10.1158/0008-5472.CAN-10-3973

Fuente: BioBlogia

Somos una comunidad andante de bacterias

bacterias olfato
La idea puede parecer extraña. Después de todo, estamos acostumbrados a pensar en las bacterias, esos invisibles, microscópicos vecinos con quienes compartimos el planeta, como fuente sólo de enfermedades o de descomposición de los alimentos. O, en todo caso, como el último eslabón en el ciclo natural por el que la materia orgánica de los cadáveres regresa a formar parte del suelo.


Pero las bacterias son mucho más antiguas que nosotros. Estuvieron aquí en un principio, cuando no había ningún otro ser vivo sobre el entonces joven planeta. Sin duda los primeros organismos eran primitivas bacterias, con células de tipo procarionte: simples, sin un núcleo definido por una membrana, con su material genético en contacto directo con el citoplasma. En el origen fueron las bacterias... o sus ancestros.

Y es que, a su vez, las bacterias son nuestros ancestros. De nosotros los eucariontes, plantas, animales, hongos y ese quinto reino en que se agrupa a los organismos que no caben en los otros cuatro: los protistas.

La historia es simple. A lo largo de años, siglos, milenios y millones de años, las bacterias han venido creciendo, dividiéndose y multiplicándose. En este proceso también han cambiado. Evolución significa cambio. El azar de la mutación y el rigor de la supervivencia las han obligado a adaptarse a los ambientes más variados.

En algún momento de esta larga historia evolutiva, la competencia dejó de ser el único recurso, y la colaboración entró en escena. Quizá fue un accidente, quizá un intento fallido de conquista; lo cierto es que hoy las células eucariontes tienen en su interior lo que parecen ser antiguas bacterias. Entraron, se adaptaron y se quedaron a vivir ahí dentro, en lo más íntimo de nuestro ser. Hoy son los cloroplastos que permiten a las plantas fabricar sus alimentos con la energía solar y las mitocondrias que nos permiten a todos los eucariontes oxidar esos alimentos con ayuda del oxígeno. No podemos vivir sin nuestras bacterias.

¿Y cuál era esa antigua célula que fue colonizada por ellas? Quizá se haya tratado de una clase distinta de organismo, también procarionte, del tipo de las antes llamadas arqueobacterias y hoy clasificadas en su propio reino: el de los arquea. Un arquea pareceuna bacteria, pero evolutivamente es más similar a los eucariontes.

De modo que bacterias y arquea, ambos procariontes, colaborando en una complicada simbiosis, dieron origen a las células eucariontes. Quizá, entonces, puede decirse que todos somos bacterias: nuestros ancestros eran células procariontes.
En todo caso, somos bacterias muy evolucionadas.


Somos una comunidad andante de bacterias




Stephen Jay Gould dice en su libro La grandeza de la vida: la expansión de la excelencia de Platón a Darwin que, en realidad, los animales considerados más complejos hemos llegado tan tarde a la existencia comparados con las bacterias que, en lugar de reino animal, deberíamos hablar del reino de las bacterias. El lo dice, no sé si en serio o en broma, pero en realidad nosotros todavía tenemos que demostrar que existimos, vamos, que somos algo en comparación con ellas. Estaban aquí miles de millones de años antes que nosotros, fueron las precursoras de la vida y de nosotros mismos. El hecho de que sean microscópicas, invisibles para nosotros, no puede hacernos ignorar que su existencia se prolonga desde hace 3.850 millones de años, mientras que la de nuestra especie, sólo 200.000 años. Una magnitud que no resiste la comparación, sobre todo si, además, pensamos que forman parte de nosotros, que nos constituyen esencialmente. «Somos la última gota de la última ola del inmenso océano cósmico», solía repetir Gould.

Tanto es así, que la mejor manera de definir a los humanos es recordar que somos comunidades andantes de bacterias. Fue un momento crucial de la historia de la vida cuando, hace aproximadamente 2.500 millones de años, las bacterias se unieron entre sí para formar células complejas y esas cé lulas complejas formaron parte de nosotros. «Estamos hechos de bacterias unidas las unas a las otras».

BACTERIAS SOMOS Y EN BACTERIAS NOS...

¿Será verdad que en mi boca hay más bacterias que habitantes en Nueva York? A Betsy D. Dyer, profesora de Biología del Wheaton College de Massachusetts, no le cabe la menor duda y afirma que «sobre la Tierra existen más bacterias que cualquier otro tipo de organismo, realizando funciones muy diversas».

Desde el punto de vista estético no resulta particularmente estimulante considerarse un conglomerado de bacterias. Sin embargo sí resulta fascinante desde la perspectiva científica. ¿Somos realmente bacterias, grupos de bacterias? Betsy Dyer lo expresa de una forma muy gráfica: «Sí, somos comunidades andantes de bacterias en el mismo sentido en el que los pájaros son una comunidad de bacterias voladoras, ya que nosotros mismos estamos hechos de esas bacterias simbióticas originales que se unieron».

Dyer califica de crucial este momento, hace 2.500 millones de años, en el que, según la teoría endosimbiótica popularizada por Lynn Margulis, las bacterias se unieron para formar células. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Por qué? Una de las hipótesis más interesantes que se barajan ahora mismo acerca de cómo sucedió es que la temperatura de la Tierra era todavía muy elevada. La actividad tectónica era enorme: volcanes y fuentes de agua caliente configuraban un impresionante escenario. 

«Las primeras bacterias fueron bacterias de fuentes de agua caliente y, si en la actualidad quisiéramos tener una idea de cómo era aquella primera bacteria de las fuentes termales, podemos ir de vacaciones a Hot Springs, en Arkansas, y conocer un ambiente similar».

Un ambiente que entonces, hace aproximadamente 4.000 millones de años, era el único existente, y que hoy «sobrevive» en algunos lugares del planeta. Esto me hace pensar en la posibilidad de realizar una especie de arqueología bacteriana, de buscar los orígenes de la vida observando los restos de comunidades de bacterias. Posibilidad que se amplía según Betsy Dyer, puesto que además «las bacterias llevan consigo, en su secuencia de ADN, su historia. Y mucho de lo que hemos logrado entender sobre su evolución está contenido en su información genética».

Hace muchos años que el hombre busca entre los fósiles las huellas de su pasado más remoto, pero hasta hace muy poco no se había planteado la posibilidad de rastrear entre los restos arqueológicos de los microorganismos y poder así retroceder en el tiempo miles de millones de años hasta casi tocar los orígenes de la vida.

Es esta una arqueología en la que el tamaño del objeto de estudio está alrededor de las milésimas de milímetro, lo que dificulta enormemente el estudio de los restos fósiles en su hábitat natural. La microscopía electrónica de barrido por dispersión hace posible que, sin romper la configuración original del objeto se pueda acceder no sólo a las formas externas, sino también a la composición de sus elementos internos; pero aun así, y en el mejor de los casos, ¿cómo saber que lo que estamos observando son realmente las huellas de un ser vivo y no simples restos minerales?

Fragmento tomado del Libro de Eduardo Punset: "Por qué somos como somos"


Donde nace el odio en el cerebro

BBC Ciencia

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El odio comparte estructuras cerebrales que también se activan con el amor.

Se dice que hay una línea muy fina entre el odio y el amor y ahora una nueva investigación científica parece demostrarlo.

BBC Ciencia Se dice que hay una línea muy fina entre el odio y el amor y ahora una nueva investigación científica parece demostrarlo.

El odio comparte estructuras cerebrales que también se activan con el amor.
Científicos británicos descubrieron el mecanismo del cerebro humano que produce que odiemos a alguien.

Y la zona donde se inicia esta poderosa emoción está íntimamente relacionada al área cerebral donde se produce el amor, afirmó la investigación llevada a cabo en la Universidad de Londres.
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El estudio -publicado en la revista de la Biblioteca Pública de Ciencia, PLoS One- analizó a varios voluntarios que miraran fotografías de alguien a quien odiaban.

Descubrieron que se activaban una serie de circuitos cerebrales en un área del cerebro que comparte ciertas estructuras asociadas al amor romántico.

Pasión "interesante"
"El odio a menudo es considerado una pasión malvada que debe ser reprimida, controlada y erradicada" explicó el profesor Semir Zeki, del Laboratorio Wellcome de Neurobiología de la Universidad de Londres y quien dirigió el estudio.

"Pero para los neurobiólogos el odio es una pasión tan interesante como el amor".

"Porque igual que el amor, el odio a menudo parece ser irracional y puede conducir al individuo a conductas heroicas o malvadas. ¿Cómo es posible que dos sentimientos tan opuestos conduzcan al mismo comportamiento?".

Esa es la pregunta que se planteó el profesor Zeki al iniciar este estudio, que es la continuación de otras investigaciones previas en su laboratorio sobre los mecanismos cerebrales del amor romántico y el amor maternal.

En el nuevo estudio Zeki y su equipo se concentraron específicamente en el odio que siente el ser humano hacia otro individuo.

En la investigación participaron 17 voluntarios, tanto hombres como mujeres, elegidos porque dijeron sentir profundo odio hacia otra persona.

El odio a menudo es considerado una pasión malvada que debe ser reprimida, controlada y erradicada
Prof. Semir Zaki

Los científicos llevaron a cabo escáneres cerebrales mientras los participantes miraban tanto la fotografía de la persona odiada, como fotografías de rostros "neutrales" que les eran familiares.

"Cuando miraban el rostro de la persona odiada -señalaron los autores- se produjo actividad en zonas cerebrales que puede ser consideradas el "circuito del odio".
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Este circuito del odio incluye estructuras en la corteza y la subcorteza cerebral y tiene componentes que también se activan cuando se genera una conducta agresiva.

El cerebro funciona traduciendo estas señales de los circuitos cerebrales en acciones, como la planeación de movimientos del cuerpo.

Y el circuito del odio también está ubicado en una parte de la corteza frontal que se cree es muy importante en la predicción de las acciones de los demás.

Quizás, explican los científicos, esto es lo que nos hace actuar cuando nos enfrentamos a una persona odiada.

Odio crítico
Pero lo que más sorprendió a los investigadores fue descubrir que el circuito del odio también produce actividad en dos estructuras de la subcorteza cerebral: el putamen y la ínsula.

Según el profesor Zeki "es muy interesante que el putamen y la ínsula también se activan con el amor romántico".

"Pero no es tan sorprendente considerando que el putamen también podría estar involucrado en actos agresivos en un contexto romántico, como en situaciones donde un rival presenta una amenaza".

Los investigadores también descubrieron una diferencia importante en la actividad cortical que producen tanto el odio como el amor.

"Mientras que en el amor grandes partes de la corteza asociadas al juicio y razonamiento se desactivan, con el odio sólo se desactiva una pequeña zona", explicaron los autores.

Los investigadores creen que esto es sorprendente si consideramos que el odio también es, como el amor, una pasión que nos consume totalmente.

Pero mientras que en el amor romántico el amante pocas veces es crítico o juzga a la persona amada, en el contexto del odio, el que odia utiliza su criterio y es calculador para hacer daño, herir o vengarse de la persona odiada.

Otra diferencia es que el amor romántico está dirigido a una sola persona, pero el odio puede ser experimentado contra varios individuos o grupos, como en el caso del odio racial, político o sexual.

El profesor Zaki y su equipo planean ahora centrar sus investigaciones en estas diferentes variedades del odio.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Los agujeros negros también devoran planetas y asteroides

Sagitario A*, en el centro de la Vía Láctea, emite pequeñas llamaradas de rayos X, el último grito de angustia de sus víctimas en el momento de ser devoradas


JOSÉ MANUEL NIEVES / MADRID                                                                                   Día 10/11/2011 - 16.45h
agujeros negros


Justo en el centro de la Vía Láctea, nuestra galaxia, duerme un enorme agujero negro que tiene cerca de un millón de veces la masa del Sol. Su nombre es Sagitario A* y, si se le compara con muchos agujeros negros supermasivos de otras galaxias, el nuestro permanece sospechosamente tranquilo. Una calma, sin embargo, que los astrónomos saben que es sólo temporal.

La zona central de nuestra galaxia, en efecto, está densamente poblada de estrellas. Tanto, que los astrónomos calculan que por lo menos una de ellas se precipita en el agujero negro cada cien mil años. Cada vez que eso sucede, y de la misma forma en que se ha observado en otras galaxias, Sagitario A* empieza a emitir radiación en varias frecuencias, todo un castillo de fuegos artificiales galácticos.

Y aunque aún no hemos tenido tiempo de presenciar uno de estos espectáculos en nuestra propia galaxia, hace apenas unos meses que investigadores de la Universidad de Kioto encontraron pruebas de que el último se produjo hace apenas unos pocos cientos de años, durante el Renacimiento.

Ahora bien, no es necesario esperar otros cien mil años para ver cómo Sagitario A* devora a una estrella. Y es que, a pesar de que se trata de un agujero negro temporalmente tranquilo, eso no significa que no tenga actividad. De hecho, Sagitario A* emite, más o menos una vez al día,pequeñas llamaradas de rayos X y en el rango de la luz infrarroja. Llamaradas muy débiles si se comparan con las que provoca la muerte de una estrella, pero aún así unas cien veces más brillantes que la emisión habitual del agujero negro.
¿Qué causa las erupciones diarias?
El astrónomo Kastytis Zubovas, de la Universidad británica de Leicester, y sus colaboradores, creen tener la respuesta: las pequeñas llamaradas son el último grito de angustia de planetas y asteroides justo en el momento de ser devorados por Sagitario A*. Sus conclusiones se publican en ArXiv.org.

Una idea que, además, da pie para resolver otro misterio: el de los grandes anillos de polvo y gas que suelen rodear a los agujeros negros y sobre cuya existencia los científicos se preguntan desde hace décadas. Según Zubovas y su equipo, esas nubes son los restos mezclados de sus innumerables "banquetes" estelares y planetarios.

Según esta nueva teoría, esos nuevos planetas y asteroides estarían destruyéndose contínuamentea causa de violentas colisiones. Cerca de un agujero negro supermasivo, en efecto, estos objetos orbitarían a cientos, quizá miles de kilómetros por segundo. Y a esas velocidades, un planeta como la Tierra quedaría, literalmente, hecho añicos si impactara con un asteroide de unos pocos kilómetros de diámetro. Y sus gragmentos acabarían convirtiéndose en polvo con el paso del tiempo.
Sistemas de planetas propios
En algunos aspectos, esas nubes de polvo se parecen a las que se forman alrededor de las estrellas recién nacidas. Y los astrónomos saben muy bien que esas nubes se condensan alrededor de las estrellas para formar planetas y asteroides. ¿No podría estar sucediendo lo mismo también alrededor de los agujeros negros supermasivos que ocupan el centro de las galaxias? Muchos piensan que sí, y que, igual que las estrellas, esos gigantes espaciales deben tener sus propios sistemas de planetas, cinturones de asteroides incluidos.

Por eso, cada vez que esas nubes se desestabilizan, quizá por una estrella que se precipita hacia el agujero negro, asteroides, cometas e incluso planetas enteros salen de sus órbitas y caen también en las fauces del monstruo. Y cada vez que eso ocurre se genera una llamarada, de tamaño proporcional a la masa del objeto que ha caído en el agujero negro.

Zubovas y su equipo han trabajado intensamente para medir la cantidad de energía que libera este proceso. Y han encontrado que las pequeñas llamaradas que emite diariamente Sagitario A* tienen exactamente el tamaño que se esperaría de la "muerte" de asteroides de cerca de diez km. de diámetro. Por supuesto, también los planetas sufrirían la misma suerte, pero los astrónomos creen que esta clase de eventos son tan raros como la muerte de estrellas y, por lo tanto, aún no hemos tenido tiempo de ver ninguno.

Si estos razonamientos resultan acertados, Zubovas ha descubierto una nueva forma de estudiar lo que sucede en las inmediaciones de un agujero negro supermasivo. El tamaño y la frecuencia de las llamaradas, en efecto, indicaría la masa y la distribución de asteroides (y de planetas) alrededor de estos auténticos monstruos espaciales, revelando además un nuevo aspecto de la auténtica complejidad y riqueza de la más extraña de las regiones de nuestra galaxia.

Fuente: ABC.es

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